Como si hubiera esperado una eternidad para hacer aquello
–Pues ha sido un largo camino, para terminar en el punto de partida – Corso señaló la ciudad suspendida en la niebla –. Y ahora debo entrar ahí.
–No debes. Nadie te obliga. Puedes olvidar todo esto y marcharte.
–¿Sin conocer la respuesta?.
–Sin afrontar la prueba. La respuesta la tienes en ti mismo.
–Qué bonita frase. Ponla en mi lápida cuando esté quemándome en los infiernos.
Ella le dio un golpe en la rodilla, sin violencia; casi amistoso.
–No seas idiota, Corso. Más a menudo de lo que la gente cree, las cosas son lo que uno quiere que sean. Incluso el diablo puede adoptar diversas apariencias. O esencias.
–El remordimiento, por ejemplo.
–Si, pero también el conocimiento y la belleza – la vio mirar de nuevo, preocupada, la ciudad –. O el poder y la fortuna.
–De cualquier modo, el resultado final es el mismo: la condenación – repitió el ademán de firmar en el aire un contrato imaginario –. Se paga con la inocencia del alma.
Ella suspiró otra vez.
–Tú pagaste hace tiempo, Corso. Todavía lo haces. Resulta curioso ese hábito de aplazar todo para el final, a modo de último acto de una tragedia... Cada uno arrastra su propia condena desde el principio. En cuanto al diablo, sólo es el dolor de Dios; la cólera de un dictador cogido en su propia trampa. La historia contada desde el lado de los vencedores.
–¿Cuándo ocurrió?.
–Hace más tiempo del que puedes concebir. Y fue muy duro, Peleé cien días y cien noches sin cuartel ni esperanza... – una sonrisa suave, apenas perceptible, apuntó en un extremo de su boca –. Ése es mi único orgullo, Corso: haber luchado hasta el final. Retrocedí sin volver la espalda, entre otros que también caían de lo alto, ronca de gritar mi coraje, el miedo y la fatiga... Por fin me vi, después de la batalla, caminando por un páramo desolado; tan sola como fría es la eternidad... Todavía, a veces, encuentro una señal del combate, o un antiguo compañero que cruza por mi lado sin atreverse a levantar los ojos.
–¿Por qué yo, entonces? ¿Por qué no buscaste en el otro bando, entre los que vencen?... Yo sólo gano batallas a escala 1:5.000.
La chica se volvió a lo lejos, hacia la distancia. El sol despuntaba en ese instante, y el primer rayo de luz horizontal cortó la mañana con un trazo fino y rojizo que incidía directamente en su mirada. Cuando se volvió de nuevo a Corso, éste sintió vértigo al asomarse a toda aquella luz reflejada en los ojos verdes.
–Porque la lucidez no vence jamás. Y nunca mereció la pena seducir a un imbécil.
Entonces acercó sus labios y lo besó muy despacio, con dulzura infinita. Como si hubiera esperado una eternidad para hacer aquello.
Extracto de “El Club Dumas”. Arturo Pérez-Reverte.


0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home